martes, 23 de noviembre de 2010

Románico


El mismo nombre nos recuerda su relación con Roma, es un arte de base romana. Pero a ello hay que añadir otras aportaciones:
Lo oriental, tanto lo bizantino, como lo georgiano y armenio. De esta influencia proceden muchos de los elementos decorativos y muchos de los sistemas de plantas y de abovedamientos.
También la arquitectura bárbara de madera, no conservada, con estructuras complejas donde se transmiten de elemento en elemento las cargas y las fuerzas.
El Románico se fundamenta en los esfuerzos y tanteos que se realizan durante los siglos V al X.
Diversas circunstancias facilitaron la eclosión del arte románico.
El debilitamiento de las invasiones orientales hizo que las naciones recobraran su seguridad. Las bases de la nueva cultura estuvo centrada en “un imperio espiritual románico, formado por diversos estados y naciones” en los que “los lazos de unión son las órdenes religiosas de cluniacenses y cistercienses y las peregrinaciones a Roma y a Santiago de Compostela. Tales peregrinaciones fueron el vehículo de tendencias culturales, planes arquitectónicos y programas decorativos”.
Se imponen determinados modelos de arquitectura, impuestos por las órdenes religiosas derivadas de las necesidades litúrgicas.
Se forman también las cuadrillas volantes (compañías de pedreros, canteros o escultores que iban de lugar en lugar realizando encargos), explicando la existencia de determinadas escuelas con ciertas peculiaridades de estilos.
La arquitectura románica se constituye en las postrimerías del siglo X.
El siglo XI significa en período puro o clásico.
En el siglo XII adquiere una gran difusión.
En la segunda mitad del XII convive con el gótico.
Todavía en ciertos países perdura el románico durante una buena parte del siglo XIII.
No todos los países presentan el mismo desarrollo arquitectónico: Francia y España son los países más ricos en monumentos, pero en Francia es muy rápida la desviación hacia el gótico.
En el desenvolvimiento de la Historia del Arte, el románico representa un momento “clásico” que será sucedido por el impulsivo barroquismo del Gótico.

Características generales de la Arquitectura: definición formal de elementos y estructura del templo, a través de ejemplos europeos, con especial referencia a España.
Desde el punto de vista constructivo, la arquitectura románica es de base romana, aunque más simple y rechazando el sistema romano de revestimiento con material rico. Todo se hace con material del país.
Casi todo se labra en piedra, utilizando el sillarejo y el sillar*, se evita la mampostería*. En ocasiones se advierte el aparejo prerrománicode espina de pescado.
El muro adquiere un sentido decorativo, especialmente cuando se utiliza el mármol combinándose los colores.
Los monumentos enteramente de ladrillo son raros.
El plan basilical adquiere mayor complicación al fragmentarse los espacios, al añadirse torres y absidiolos y al desenvolverse el coro, el crucero y el deambulatorio.

La mayor parte de los monumentos románicos son religiosos. Los edificios son ordinariamente sombríos, macizos, muy aptos para la meditación recogida.
El principal problema de la arquitectura románica radica en la solución al problema de la bóveda*.
Inicialmente es utilizada para evitar los frecuentes incendios que asolaban a las construcciones. Una cubierta abovedada resultaba incombustible, aunque multiplicaba el costo y suponía otros riesgos.
Primeramente se pensó en abovedar la cabecera, y así se hizo en el primer arte románico. El resto del templo se cubría con madera.
Posteriormente el templo recibió una bóveda de cañón, lo que obligó a cegar ventanas y a aumentar la resistencia y el grosor de las paredes.
Para reforzar la bóveda de cañón comenzaron a utilizarse arcos perpiaños o fajones*, que descargan su peso en columnas, mientras que fuera se contrarresta el empuje por medio de contrafuertes.
El papel del perpiaño es doble: por un lado absorbe peso de las bóvedas, reduciendo con ello el empuje que se envía a los contrafuertes. A la vez es un medio para articular el espacio. La nave* deja de ser un espacio continuo.

Otro perfeccionamiento supuso el contrarrestar la nave principal con otras laterales, que suben casi tanto como aquella. Así la nave principal permanece ciega, sin luces, mientras que son las laterales las que permiten la iluminación del templo*. Las naves pueden cerrarse por ábsides* semicirculares.

Otra solución más hábil fue la utilización de la tribuna*, con una función de aumentar la capacidad del templo (solución típica de las iglesias de peregrinación) y también con una función técnica: la bóveda de cañón o de cuarto de cilindro que la cubre hace el efecto de un arbotante* que traspasa el empuje*  a los contrafuertes externos.

El mismo Triforio* supone un reforzamiento de la pared, a la vez que la aligera y decora.
Al final es el arco apuntado* y la bóveda de cañón apuntada es la que permite aumentar la altura de las ramas que determinan un menor empuje. El gótico caminará en este sentido.

La gloria de la arquitectura románica es la bóveda, aunque también es la causa de sus fracasos. El progresivo de las bóvedas, sobre todo cuando no se calcula suficientemente el contrarresto y la cimentación no ofrece las debidas seguridades, determina la inclinación de todos los apoyos. Las paredes se inclinan y los arcos se deforman. Por éste motivo los arquitectos góticos se centraron en hallar una solución eficaz a este problema fundamental del románico.

La característica más general de la arquitectura románica es la construcción de edificios abovedados. En la nave mayor suele haber bóveda de medio cañón, y de arista en las laterales.
En la intersección de la nave mayor y el crucero se construyen cúpulas y linternas, que contribuyen a iluminar el altar, que es la parte más noble de la iglesia.
Las cúpulas se acomodan a espacios cuadrados, haciéndose el paso por medio de trompas y pechinas.
La bóveda carga sobre los muros, pero al mismo tiempo parte de su peso se descarga por medio de los arcos fajones. Estos arcos precisan de un sistema de apoyos donde descargar a la vez su peso. A veces lo hacen sobre grandes columnas, pero el principal elemento de sostén en el románico es el pilar, cuadrado o cruciforme (en uno y otro caso con columnas o medias columnas en sus frentes, pilar compuesto, y en las que a cada arco le corresponde una columna).

Los muros constituyen, a causa del elevado peso de las bóvedas, masas espesas, con pocos huecos, generalmente estrechos y de forma abocinada, con derrame hacia adentro, para extender mejor la luz.
En el románico son el muro y los pilares el verdadero elemento de sustentación.

Las columnas poseen el fuste liso, presentando basa ática, decorada con cuatro garras de animales o bolas.
Los capiteles obedecen a varios tipos:
Los hay de forma cúbica, lisa, con decoración de tallos entrelazados.
El corintio alcanza un sin fin de modalidades.
El más característico es el iconográfico o historiado, del que existen antecedentes en el arte visigodo. En éstos la fantasía se desborda creando monstruos, narrando sucesos (este capitel viene a ser una variante del corintio en el que las volutas han sido sustituidas por motivos animales o seres humanos expresados con un marcado primitivismo).

Los vanos suelen encuadrarse por finas arquerías* y columnas. No faltan casos en los que las arquerías están sin perforar, cumpliendo sólo un fin decorativo.
Sobre las naves laterales y asomando a la nave mayor, se disponen las tribunas que forman como otra nave superior, con sus ventanas y huecos correspondientes.
Cuando este espacio se abre en el muro y no constituye sino un estrecho paso, se denomina triforio.
A final del Románico comenzó a utilizarse el rosetón*.

La decoración se concentra en las portadas.
Los edificios presentan fachadas a los pies (la principal) y en los brazos del crucero. En estas fachadas se abren portadas que suelen adoptar forma abocinada, constituyéndose por diversos arcos concéntricos, apoyados en sus respectivas columnas (arquivoltas*.

Entre los motivos decorativos más usados en la arquitectura románica: medias bolas, puntas de diamante, dientes de sierra y el ajedrezado*.

Exteriormente los edificios presentan contrafuertes*. y responsiones*.
El edificio se remata con un cornisa, sostenida por canes con moldura cóncava (nacela) o decorados con figuras. Entre estos canes o modillones se disponen metopas decoradas.
La fisonomía externa de los templos se completa con torres y campanarios. Los edificios principales llevan dos torres flanqueando la fachada.
Los campanarios generalmente se forman por un cuerpo de planta cuadrada u octogonal, que se añade por encima de la cumbre del edificio.
Sobre el crucero se elevan a veces linternas de forma cuadrada u octogonal (en España se llaman cimborrios).

El interés principal del templo se concentra en la cabecera. Si el templo guarda reliquias se ubican en una cripta bajo el altar mayor y se construye una girola o deambulatorio* (con el fin de que los fieles puedan desfilar por detrás de la cripta).

En el exterior y en el interior se establece una claridad de perfiles: el uso de impostas acentúa la delimitación de las regiones (la frontera entre el muro y la bóveda se delimita por una línea de impostas.

La gran creación arquitectónica de este período lo constituye el Monasterio. Su parte principal lo constituye la iglesia (de tipo basílica, generalmente con crucero, deambulatorio y coro), a un costado de la iglesia se situó el claustro (a la vez cementerio y lugar de paseo bajo techo) y a él daban las principales dependencias (sala capitular, refrectorio, biblioteca, etc.).

Además del monasterio, otras creaciones de este período son el palacio urbano y el castillo.

El arte medieval se caracteriza por una diacronía que se observa en varias zonas.
Nuestro conocimiento del arte románico de Europa occidental se remonta a mediados del siglo XIX, época en la que se inventó el término «románico» para definir el arte del primer periodo medieval, anterior al gótico. La denominación se refería al arte romano, del que se creía que éste derivaba derivaba.

En la segunda mitad del siglo XII, mientras el arte románico todavía experimentaba una época de plenitud en el sur de Francia, la península Ibérica e Italia, el periodo gótico ya se anunciaba en el norte de Francia a partir de 1140.
La construcción del pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela o las fachadas del monasterio de Ripoll y las grandes iglesias del norte de Italia se llevó a cabo bastante tiempo después de las creaciones esculpidas de Saint-Denis o Chartres.
Algo parecido podría decirse de la diferencia entre la temprana aparición del renacimiento en Italia, poco antes de mediados del siglo XV y la duración del arte gótico en la mayoría del resto de países, en los que abarca por lo menos todo el siglo, como demuestra la difusión de los retablos flamencos.

El periodo de transformaciones en torno al año 1000 dio lugar a un nuevo estilo arquitectónico llamado «prerrománico», que constituyó un puente entre el arte carolingio y el románico.
Occidente se cubrió de iglesias nuevas gracias a los numerosos donativos y a la gran devoción de los constructores. Estas obras, que sustituían los edificios destruidos durante las invasiones, prefirieron la piedra a la madera.
Sus mayores dimensiones se adaptaban al aumento de fieles y de miembros de las comunidades monásticas. Además, presentaban ante el pueblo una riqueza arquitectónica innovadora que pretendía honrar con dignidad la gloria divina y constituir un lugar apropiado para las preciosas reliquias.
Partiendo de las herencias antigua, bizantina y carolingia, el mundo del año 1000 nos dejó, pues, una creación artística muy original.

La Italia del siglo X se vio marcada por algunas innovaciones arquitectónicas que superaron su propio patrimonio paleocristiano. Apareció la cripta, que elevaba el nivel del suelo en el coro. La noción de deambulatorio o girola se introdujo en Ravena y Verona durante la segunda mitad del siglo X.
La ciudad de Roma continuó fiel a la tradición paleocristiana. Sin embargo, el norte de Italia ya presentaba, en pleno siglo X, unos rasgos característicos del primer arte románico meridional, que se extendería por el sur de Francia y Cataluña medio siglo después.
En Francia se edificaron monumentos muy destacados durante este periodo, como la antigua catedral de Reims, reconstruida por Adalberón hacia 976, la iglesia abacial de Cluny II (963-981), que inauguró la cabecera con ábsides escalonados; su nave central con laterales simples se prolonga con un transepto bastante estrecho, provisto de cimborrio en el crucero. Hacia los años 1000-1010 se construyó, en el extremo occidental de la nave, un nártex formado por un nivel inferior y un santuario alto y enmarcado por dos torres.

Esta concepción arquitectónica resultaba innovadora y desempeñaría un papel importante en la evolución de la arquitectura de la segunda mitad del siglo X.

En Normandía, la abadía de Nuestra Señora de Jumièges (1040-1067) presenta una nave de 25 m de altura con naves laterales sencillas, dividida en cuatro tramos por pilares con medias columnas adosadas. Presentaba un alzado de tres plantas con grandes arcadas, tribunas y ventanales, y estaba cubierta por una estructura de madera, excepto las naves laterales y las tribunas, formadas por bóvedas de arista entre arcos fajones.
Los brazos del transepto sobresaliente estaban divididos en dos tramos y coronados por tribunas. Un cimborrio se elevaba sobre el crucero.
Al oeste, un macizo con un pórtico y dos tribunas superpuestas se hallaba flanqueado por dos altas torres de base firme, rematadas por dos niveles de planta cuadrada con arquerías y otros dos octogonales.
En la región de Champaña, la iglesia de San Esteban de Vignory, consagrada en 1050, anuncia la cabecera con girola de las iglesias románicas.
El edificio se compone de nave central y naves laterales, que cubiertas con estructura de madera conducen a un coro muy amplio, también con naves laterales, dividido en dos tramos por imponentes pilares que debían servir, seguramente, para sostener un campanario no muy elevado.
La cabecera, construida entre 1051 y 1057, presenta un deambulatorio arcaico con tres capillas radiales.
Esta concepción arquitectónica parte de la necesidad de circular en el interior de la iglesia -alrededor de las reliquias situadas sobre el altar mayor o ante las reliquias dispuestas en las capillas radiales- y quedará elaborada en plenitud durante la época románica. Los elementos de la decoración son, además, primicias de la escultura monumental del románico.
El alzado de la nave presenta, en efecto, falsas tribunas sobre las grandes arcadas, con vanos abiertos a las naves laterales y divididos por pequeñas columnas con capiteles cuya decoración geométrica anuncia los primeros procedimientos románicos, los cuales también se reflejan en la decoración esculpida de las impostas situadas sobre los pilares, de las que surgen los grandes arcos.
Las columnas del coro, que alternan con pilares cuadrados, se hallan coronadas por capiteles decorados con cuadrúpedos enfrentados o adosados, con aspecto muy propio del románico.
La Edad Media, en especial los siglos XI y XII, se caracterizó por un gran movimiento de peregrinaciones que convirtió esta época en una de las más intensas de la civilización cristiana.
La peregrinación es un viaje a un lugar sagrado, de devoción, en el que los fieles esperan, por lo general, la obtención de una gracia divina. La ruta incluye numerosas etapas en lugares de piedad, verdaderas peregrinaciones parciales.
Se trata de un acto de fe que lleva a cabo el creyente, pues el Camino es peligroso, hasta el punto de arriesgar la vida. Los lugares de peregrinación crecieron a la vez que el número de peregrinos. De todas formas, hubo tres destinos que destacaron sobre los demás: el Santo Sepulcro de Tierra Santa, el sepulcro de San Pedro en Roma y, por último, el del apóstol Santiago en Compostela.
Sin olvidar la idea que tenemos de la vida en el campo, podemos afirmar con rotundidad que en la época del románico se vivía en las ciudades.

La arquitectura románica presenta múltiples variantes locales y regionales.
España:
En España, el arte románico abarca más de dos siglos y se centra en los siglos XI y XII. Se extiende por un territorio que fluctúa en función de los avances de la Reconquista.
Podemos dividirlo en tres grandes periodos: el primer arte románico, el románico pleno y, por último, coincidiendo ya con los comienzos del gótico, el románico tardío.

En el siglo XI, los reinos del norte de la península Ibérica, y en particular el condado de Barcelona, mostraron, por una parte, un fuerte espíritu de independencia frente a los musulmanes y los francos, y por otra, entre ellos mismos.
Este estado de ánimo desembocó en luchas individuales contra el islam. En el terreno artístico, el románico siguió una evolución «regional» vinculada a la situación política y social, aunque también a los progresos técnicos y a la economía de los notables. Estos motivos explican la aparición del románico en las zonas con un marco político y unas fronteras más establecidos.
Durante esa época, y más precisamente durante el primer cuarto del siglo XI, surgió la arquitectura del primer arte románico en el reino de Navarra y el condado de Barcelona.
Varias construcciones catalanas están relacionadas con conjuntos del sur de Francia y el norte de Italia, pues en todas ellas se destacan rasgos comunes, como las arcaturas y las lesenas, la sillería pequeña y las bóvedas de piedra.
La arquitectura románica se extendió con rapidez por Cataluña en el periodo comprendido entre los años 1000 y 1075 gracias, por una parte, a los numerosos intercambios con el exterior durante el mandato de los abades Garín, Oliba, y sus sucesores y, por otra, a las diferentes peregrinaciones que trajeron a Cataluña algunas influencias artísticas. Estos contactos permiten atribuir los primeros edificios románicos a los maestros-albañiles lombardos. Suelen ser construcciones de planta basilical, de tres naves y un transepto que las separa de la cabecera.
Este estilo presenta diversos aspectos:
La iglesia abacial de San Miguel de Cuixá, ampliada a petición del abad Oliba antes de 1040, se dotó con dos torres monumentales alzadas en los extremos del transepto y una falsa girola con absidiolas en torno a la cabecera.
La basílica del monasterio de Ripoll, consagrado en 1032, con cinco naves y transepto, dispone de siete ábsides alineados, muy semejantes a los de San Pedro de Roma.
La basílica del monasterio de San Pedro de Roda, consagrada en 1022, de cabecera con deambulatorio y órdenes superpuestos que se inspiran en los cánones clásicos y las proporciones lombardas.
La colegiata de San Vicente de Cardona, que se caracteriza por sus bóvedas y el escalonamiento de sus volúmenes.
Apenas quedan vestigios de las grandes catedrales del primer románico, como Barcelona, Vic o Gerona, pues se sustituyeron por construcciones góticas o neoclásicas. Resulta, pues, difícil reconstituir estos conjuntos monumentales, de los que, con frecuencia, sólo se conservan ciertos elementos arqueológicos o algunos restos.

En los reinos occidentales de España, encontramos las primeras huellas del románico en la época de los intentos de unificación política de Sancho III el Grande (1000-1035), hombre abierto y relacionado con los clérigos de origen catalán.
Los primeros edificios románicos navarros se asemejan en gran medida a los monumentos catalanes. En esas fechas se comenzaron grandes obras, como la construcción de la catedral de Pamplona, la ampliación de San Juan de la Peña o, incluso, la reconstrucción de la abadía de San Salvador de Leire, cuyo monasterio está considerado como el edificio principal del primer románico. Esta construcción monumental de sillería de gran tamaño se caracteriza por una cripta de proporciones sorprendentes.
La penetración del románico pleno se vio facilitada por distintas circunstancias históricas durante el reinado de Alfonso VI (1072-1109).
En 1080 se adaptó la liturgia romana; se crearon lazos matrimoniales entre Castilla, León, Aragón y Navarra; lo que había caracterizado hasta entonces la Reconquista se convirtió en cruzada, y se organizó el camino de Santiago de Compostela según el flujo de los peregrinos. Todo esto tiende a relativizar el papel que desempeñó Francia en la implantación del arte románico en España.
En el Camino de Santiago aparecieron las primeras construcciones románicas de plena madurez durante el primer cuarto del siglo XI, que se extenderían por el territorio a medida que avanzaba la Reconquista.

En el siglo XII, coexistieron dos formas del románico:
Uuna, derivada del primer románico meridional, se limitó a Cataluña mientras que la otra, más completa, se desarrolló en los territorios navarro-aragoneses que acababan de reconquistarse.
Las innovaciones francesas entraron lentamente en España. Las donaciones a la orden del Cister (La Espina y Las Huelgas, Osera, Poblet y Santes Creus) se multiplicaron durante los reinados de Alfonso VII (1126-1157), Alfonso VIII (1158-1214) Y del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV (1131-1162).
Algunos elementos arquitectónicos góticos, como la bóveda de crucería o el arco apuntado, se introdujeron en las catedrales de Tarragona, Lérida, Zamora y Salamanca, aunque se trata de edificios románicos tardíos en su conjunto.

En Cataluña, la arquitectura del siglo XII fue producto de las experiencias del primer arte románico. Se erigieron o se restauraron las catedrales de Vic, Lérida, Barcelona, Gerona y Tarragona, y los monasterios urbanos de San Pablo del Campo en Barcelona y San Pedro de Galligants en Gerona.
La catedral de La Seo de Urgel, empezada en 1131, parece que fue el edificio más respetuoso con la tradición constructora del primer románico, al que añadió elementos italianos (el cabildo de la catedral contrató al arquitecto de origen italiano Raimundo Lombardo a partir de 1175).
Las iglesias de San Pedro de Besalú o de San Juan de las Abadesas ilustran, por su parte, los contactos artísticos con Francia, mientras que el estilo gótico ya se anuncia en las grandes basílicas de Lérida, Tarragona o Sant Cugat del Vallés.
Esta última iglesia, empezada a construir al final de la época románica se terminó en estilo gótico durante el siglo XIV.
El rosetón principal es un buen ejemplo de los rosetones góticos catalanes de formas pesadas y llenas, cuya decoración deja mucho espacio al labrado de la piedra en detrimento del vidrio.
Además, aquí se encuentra uno de los claustros románicos esculpidos más importantes del románico catalán: cuatro galerías muy abiertas a un inmenso patio central se hallan decoradas por destacados capiteles que atestiguan la gran calidad conseguida por el románico de finales del siglo XII.

En los reinos de León y Castilla, la planta central se extendió hasta Salamanca y Segovia, donde la iglesia de la Vera Cruz (1208) constituye una muestra excelente de dos niveles.
San Vicente de Ávila, en cambio, testimonia las influencias de Borgoña en tierras castellanas. En un primer momento se construyó una planta parecida a la de San Isidoro de León: nave con cuatro tramos, abierta a un transepto saliente, que conduce a tres ábsides paralelos.
En la segunda fase se prolongó con dos tramos la nave central, dotada de tribunas y una bóveda de crucería. Un pórtico occidental con dos torres, que recuerda los grandes nártex borgoñones, precede el conjunto.

Evolución al gótico:
Lo más importante en el estudio de la arquitectura románica reside en el papel que desempeñaron las diversas áreas geográficas e históricas en la elaboración del estilo.
Las experiencias arquitectónicas del románico permitieron la evolución de la arquitectura gótica. El románico de Normandía e Inglaterra enseguida imaginó un tipo de bóveda para cubrir sus amplias naves que legaría al estilo gótico: la bóveda de crucería.
Con el fin de cubrir espacios más amplios, los arquitectos incluyeron una ojiva adicional que pasaba por la clave y dieron, de esta manera, con la bóveda sexpartita.
En el siglo XIII, la planta cuadrada se sustituyó por otra oblonga, y las ojivas y los arcos fajones, antes de medio punto, se tornaron apuntados.
En el siglo XIV; el diseño de las bóvedas se complicó con la aparición de nervaduras que enlazaban la clave de las bóvedas con la cabeza de los arcos fajones, cuyas bases estaban unidas por arcos terceletes. Más tarde, este procedimiento se desarrolló y condujo a bóvedas con numerosos pequeños paneles y múltiples nervios.

El otro elemento esencial de la arquitectura gótica es el arbotante, derivado del contrafuerte disimulado bajo la armazón del tejado de las naves laterales y que servía para contener los empujes de las bóvedas de la nave.

La importancia del campanario durante la época del románico continuó, pero enriquecido con la tendencia general del gótico por destacar la verticalidad. El origen del arte esculpido gótico se localizó en la abadía real de Saint-Denis, cuya fachada occidental (anterior a 1140) presenta la primera consecución definida de la portada gótica, con las estatuas-columnas que sustituyen a los personajes, situados en los vanos abocinados del románico.
Mientras que en el norte, el estilo gótico se formó rápidamente, con sus bóvedas de crucería, sus portadas con estatuas-columnas y sus vidrieras cada vez más presentes en el monumento, el sur e Italia continuaron fieles al románico.
Las estatuas de los santos Pedro y Pablo de la fachada de Ripoll, hacia 1170-1180, no recuerdan precisamente a las estatuas-columnas de la portada de Saint-Denis, como muestra el tratamiento de la cabeza un poco adelantada y el del nimbo que esconde la columna. Estas figuras mantienen una función iconográfica básica y la representación prevalece sobre la función. El arte meridional continuó siendo, pues, románico, mientras que el arte septentrional ya era gótico.

Entre 1120 y 1130 se concluyeron de manera paralela, y casi al mismo tiempo, el nártex de la iglesia abacial de Vézelay y la portada real de Chartres. Las características formales, más que las cronológicas, sitúan a cada uno de estos dos monumentos en un contexto diferente, el uno románico y el otro gótico. Asimismo, señalan profundos cambios en el emplazamiento y las funciones de la imagen.  

Características generales de la Escultura: subordinación al marco arquitectónico, sentido didáctico, moralizante y simbólico,
antinaturalismo...).
En los siglos XI y XII se produjo el renacimiento de la plástica* (decadente desde los últimos tiempos del Imperio romano) con el triunfo de la escultura monumental.
Se produce una armonía entre el edificio y su ornamentación escultórica.
La escultura invade todo el edificio, por dentro y por fuera, pero es sobre todo en el exterior donde se acumula, con el objeto de atraer la atención de los fieles a los que invita a la meditación y a instruirse. La decoración tiene un fin esencialmente didáctico en una época en la que la cultura, incluso la religiosa, estaba sólo al alcance de unos privilegiados.
La Iglesia se preocupó de enseñar la religión haciendo sencillos catecismos y tratados religiosos en piedra, sus enseñanzas entraban por los ojos y se grababan en la mente de quienes los contemplaban.
Las columnas y el mainel de la portada se decoran, a veces, con estatuas adosadas (estatuas-columnas).
A las arquivoltas se ciñen figuras humanas y de animales.
Los tímpanos semicirculares situados sobre las portadas son el lugar predilecto del escultor románico. En ellos se dispone el Pantócrator (Dios Todopoderoso) rodeado del Tetramorfos (símbolos de los cuatro Evangelistas, según la visión de Ezequiel).
También en los tímpanos se muestra el Dios justiciero, en el Juicio Final, encerrado en mandorla, separando a los justos (derecha) de los injustos (izquierda).
El muro queda generalmente desnudo, aunque no faltan casos en los que una gran parte de la fachada se cubre de ornamentación plástica.
Los capiteles se llenan de vida: son capiteles instructivos, historiados, que encierran temas de un complicado desarrollo. La decoración alcanza en ocasiones a las mismas basas de las columnas. El ábside es otro lugar acondicionado para la ornamentación, ajustándose los motivos a la forma de las ventanas.
En el interior la escultura escasea (tan sólo se ve en los capiteles y en las enjutas de algunos arcos).

El estilo de las figuras románicas responde generalmente a un ideal abstracto. El escultor románico compone sus figuras con arreglo a fórmulas ideales, geométricas (lejos del naturalismo), con una gran ifluencia de las representaciones bizantinas (con sus modelos estilizados y rígidos).
Existe una cierta repugnancia a representar imágenes y temas cristianos conforme a la naturaleza. La religión se nos ofrece a distancia, abstracta. La figuras constituyen la expresión de un lenguaje espiritualizado que impone en ellas una deformación (que no es caprichosa sino una consecuencia del estilo y éste responde a su vez a un contenido religioso). Sólo cuando no se conoce este lenguaje las figuras románicas se presentan como feas y monstruosas.

El artista románico actúa en un campo de libertad muy reducido ya que tiene que ajustarse en los temas a unos modelos muy definidos (exempla) que le son facilitados y que son la causa de la repetición en las interpretaciones temáticas. A pesar de ello, según maneje el artista estos modelos puede dar lugar a obras de gran individualidad. No hay un culto a la belleza formal, lo que se pretende no es la delectación subjetiva sino la remoción del espíritu. En las representaciones se procura destacar la conciencia viva del pecado, el temor a la condenación y la necesidad del arrepentimiento.
El gran desarrrollo que alcanza el el tema del Juicio Final testimonia el horror a la condenación que se pretende inculcar en los fieles. El pecado adopta una forma repelente, en su representación una estética de lo feo se pone en movimiento. Las esculturas constituyen verdaderos discursos pétreos, más operantes que las propias palabras del predicador.
El demonio se representa con formas de animales repelentes, lo feo se pone al servicio de lo malo y, por contraposición, la belleza sublime es atributo de Dios.

El ideal abstracto de las figuras románicas está sometido además a dos elementos condicionantes: la adaptación al marco (el marco es el que impone las condiciones, a él se han de adaptar las figuras) y la adaptación a la función (los elementos de la ornamentación románica se supeditan a la tectónica de la arquitectura).

La escultura románica se nos ofrece como reproducción a gran escala de los marfiles y las miniaturas prerrománicos que son los antecesores de la escultura monumental románica. Los temas cristianos derivan generalmente del Oriente, de Bizancio o de Siria. Las escenas de la Pasión se representan con gran frecuencia.
La estitlización de las formas en el románico cumple la misión de alejar un poco la divinidad, evitando con ello toda familiaridad y formentando el respeto. Nos sugieren el espíritu de la Justicia pero no el del Amor de la divinidad. El Dios románico imprime terror.

Tipologías escultóricas: la escultura exenta (Crucificados y Vírgenes) y los relieves (portadas de los templos )
En el románico se consitutyen una serie de tipos, de los cuales los principales son:

El Cristo Crucificado: se halla sujeto a la cruz con cuatro clavos, estando separados, por tanto, los pies. Los brazos se disponen rígidos cinéndose a la cruz sin sentir peso físico. En la cabeza lleva corona real (no de espinas). No sufre (no hay expresión de dolor). Es un Cristo hermético, muerto o vivo).
Unas veces se encuentra vestido con larga túnica, sujeta con un cígulo; otras veces se cubre con un faldón que va de la cintura a las rodillas, cayendo en pliegues verticales.
En los Cristos próximos al gótico los brazos se doblan, acusando el peso del cuerpo, y las piernas se cruzas (sujetándose con un solo clavo).
A los pies del Crucificado se encuentra San Juan, con peinado radial y sujetándose la cabeza con el brazo en señal de dolor, al otro lado se encuentra la Virgen.

La representación de la Virgen también deriva del arte Bizantino. Es una imagen sedente, está coronada. El niño se encuentra en su regazo (algunas veces sobre su pierna izquierda), bendiciendo o con el libro. Ambas figuras se encuentran rígidas sin que exista comunicación entre la madre y el hijo. El Niño no es niño sino Dios.

Características de la Pintura Románica en España :la importancia de la influencia bizantina,  localización de los ejemplos más relevantes.
El arte románico también se distingue con la eclosión del arte figurativo  (representando “algo indentificable”, en oposición a lo abstracto). Si en las fachadas y en los capiteles se ubica la escultura, en los muros lo hace la pintura, aunque es siempre la arquitectura quien las dirige. La pintura se subordina a la fábrica.
La pintura se ofrece en tres variedades: frescos, frontales y miniaturas.
Es muy poco lo que se conserva de la pintura mural, aunque en su día los grandes monumentos románicos tuvieron una importante expresión pictórica. La pintura mural tuvo una gran relación con la miniatura, aunque ésta última constituyó un arte más rico y propio de gente letrada, con una iconografía más amplia y un repertorio formañ más amplio. La pintura mural tuvo un carácter más popular.
Es un arte anónimo (eclesiásticos y laicos), los fresquistas románicos dispersaron su estilo en sus largos desplazamientos. Esta pintura estuvo sometida a un gran proceso de abstracción pero con un gran poder expresivo.
Las figuras hablan a través de una seriedad implacable, se sirven del gesto para manifestar sus pensamientos. El esquema de las figuras y de las escenas es muy sencillo. Para separar lo divino de lo terrestre y obtener una mayor simplicidad, el artista prescinde casi por completo del paisaje.
Tampoco interesa la perspectiva, aunque se gradúa la profundidad del cuadro por medio de franjas paralelas de distintos colores. Es una pintura planista, bidimensional, con leves efectos de modelado.
Este modelado imita al bizantino, se trazan lineas paralelas con tonos claros y oscuros, para acusar el bulto, sin que esto suponga que la luz intervenga en la ambientación de la obra. En el rostro y las manos se aplican impactos de color con objeto de lograr algún volumen.
El dibujo es de trazo seguro, los artistas estaban acostumbrados a la abstracción (a parte de su finalidad ideológica, como ideal de elevación y separación jerárquica de lo religioso, también el arte se sometía a fórmulas precisas que facilitaban su aprendizaje y difusión). Forma y color responden a un programa simbólico: si la linea es abstracta, el color también lo es. Los trazos seguidos se acompañan de colores planos bien definidos. En términos generales los colores son los de la naturaleza pero sin correlación de tonos (por ejemplo el cielo es azul pero con una tonalidad abstracta).
El estilo constituye una continuación de lo carolingio, otónico, copto y bizantino. No son verdaderos frescos la mayoría de las pinturas murales ya que, a pesar de aplicarse con esta técnica los colores fundamentales, luego se realizaban toques definitivos con la técnica del temple.
La ejecución tenía diversas fases: primero se hacían siluetas monócromas de las figuras; luego, con tonos pardos y oscuros, se realizaba el dibujo, acentuándose finalmente el modelado de las carnes y las vestiduras.
La decoración mural románica es hija de la bizantina, aunque ésta se hizo principalmente con mosaico. Lo mismo que en Bizancio se decora espléndidamente la cabecera de la iglesia.
En el cuarto de esfera se halla el Pantócrator, el Dios creador y juzgador, colocado dentro de la mandorla, portada por ángeles o rodeada por el Tetramorfos. Está sentado y bendice con tres dedos, signo de la Trinidad. Otras veces preside la Virgen, con el Niño en el regazo bendiciendo. Debajo, formando un franja horizontal o varias, se disponen rígidas y frontales figuras de apóstoles, santos y profetas. No faltan en lugar preferente las figuras de los santos a los que está dedicado el templo. Por la bóveda y los muros de la iglesia se reparten diferentes escenas, de forma rectangular, con temas del Apocalípsis, del Génesis o del Nuevo Testamento.

No sólo se pintan las paredes, también reaparece la pintura de caballete sobre tabla. Los frontales alcanzan, sobre todo en España, gran importancia. De esta pintura exenta nacerán más tarde los retablos. Si en la pintura mural destacaba el efecto monumental y decorativo, en esta otra pintura se ensayan efectos de composición y movimiento en mayor relación con la naturaleza.
Aunque la pintura románica ofrece una gran unidad (hay un internacionalismo religioso y artístico durante el románico), podemos apreciar dos tendencias (ambas de origen bizantino): una italobizantina (que mantiene un estilo netamente bizantino) y otra francobizantina (con clara tendencia hacia el realismo).
La pintura románica se fecha casi toda en el siglo XII, pero aún en el siglo XIII los artistas siguen aferrados a los procedimientos y esquemas románicos.
También la miniatura adquiere un gran auge, de gran tamaño sobre pergamino y con decoración a hoja llena (muchos libros se colocaban sobre el altar mayor decorándolo y adquiriendo un carácter monumental).
Junto a estos libros, prolifera también el libro de lectura manual y biblioteca. La producción del libro fue en aumento y los scriptoria de los cenobios no daban abasto. El formato se reduce para facilitar la lectura individual. Los ejemplares más frecuentes son biblias, pasionarios, evangeliarios, salterios y vidas de santos. También se impulsó la miniatura civil (cartularios).
Las decoraciones se hacían con frecuencia a página llena pero también se destacaron las borduras en las que perduran los entrelazados de origen bárbaro, las viñetas y las iniciales (que se hacían de gran tamaño envolviendo una escena dentro de un gran tallo). Las iniciales tenían por fin honrar los comienzos de cada capítulo. Los fondos de las escenas son generalmente planos y están hechos a base de laminillas de oro pegadas.


Sillar.- Piedra labrada en forma de paralepípedo que se usa en construcción.
Sillarejo.- Pequeño sillar labrado toscamente.
Mampostería.- Fábrica de piedra sin labrar o con labra tosca que se dispone de modo irregular.
Bóveda.- Obra de fábrica que describe un arco de círculo y sirve para cubrir espacios comprendidos entre muros o pilares. Los tipos de bóveda más usuales son de:
    Arista.- la formada por la intersección, en ángulo recto, de dos bóvedas de cañón, resultando del encuentro cuatro aristas angulares.
Cañón.- la generada por el desplazamiento de un arco de medio punto a lo largo de un eje longitudinal.
Crucería.- La que refuerza sus aristas con nervios.
cuarto de esfera.- la que consta de 1/4 de esfera y por lo general, cubre el espacio del ábside semicircular.
Fajón o perpiaño.- El que se dispone transversalmente al eje de la nave de un edificio ciñendo la bóveda.
 Nave.- En arquitectura cada uno de los espacios que, delimitados por muros o columnas alineadas, se extienden a lo largo de un edificio.
Formero.- El paralelo al eje longitudinal de la nave y la separa de otra.
Ábside. Parte de la iglesia situada en la cabecera. Puede tener planta semicircular o poligonal. Con frecuencia está cubierta por bóveda de horno.
Tribuna.- Galería sobre la nave lateral de templos a la altura de un primer piso.
Arbotante.- Arco exterior que describe un cuarto de circunferencia y cuya misión es la de contrarrestar los empujes de las bóvedas de las naves de un edificio.
Empuje.- Presión de un dintel arco bóveda sobre los elementos que lo soportan.
Triforio.- Serie de ventanas ornamentales, partidas por maineles, practicadas en el grueso de los muros de la nace central, por encima de las arcadas que dan a las naves laterales.
Apuntado.- El que consta de dos porciones de curva que forman ángulo en la clave y cuyo intradós es cóncavo.
Arquería .-Hilera de arcos .
Rosetón.- Gran óculo situado en la fachada y relleno con labores caladas.
Arquivolta.- Cara frontal de un arco cuando está decorada. En plural arquivoltas son un con junto de arcos que forman una portada especialmente románica o gótica
Ajedrezado.- Alternancia de cuadrados (tacos) o rectángulos (billetes), alternativamente salientes y rehundidos.
contrafuertes.- Grandes pilastras para contrarrestar el empuje de las naves, aunque muchas veces tienen un carácter ornamental.
responsiones.- Finas columnas que se corresponden con los apoyos que tiene el muro por dentro.
Ambos términos son sinónimos y se refieren al pasillo que rodea la parte trasera del presbiterio y que constituye la prolongación de las naves laterales y sólo excepcionalmente se da sin ellas.
 Santiago el Mayor, uno de los discípulos de Jesucristo, aparece constantemente en los pasajes más importantes de los Evangelios.
Tras su decapitación hacia los años 41-44 d.C., el emplazamiento de su tumba había caído en el olvido. Sin embargo, según la tradición relatada en la Concordia de Antealtares (1077), el lugar fue revelado, de forma milagrosa a principios del siglo IX, a una ermitaño llamado Pelagio, que se había instalado cerca de la iglesia de San Félix. Cuando el rey Alfonso II el Casto se enteró del descubrimiento, ordenó construir tres iglesias sobre tan sacra ubicación.
En una época de guerras y luchas incesantes, sobre todo entre cristianos y musulmanes, Alfonso II aportó a su reino un resurgimiento artístico y cultural, de mayor valor si cabe porque significaba la vuelta a la prosperidad y se unía a numerosos intercambios con la corte de Carlomagno. El descubrimiento de las reliquias de Santiago convirtió al santo en un símbolo de protección de la España cristiana. Se le representaba con la apariencia de un poderoso caballero que luchaba contra los musulmanes; de ahí su apelativo de «matamoros». De esta manera, la afluencia de personas, y sobre todo de donativos, permitió que se construyera una ciudad alrededor del mausoleo.
Pintura y escultura.

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