Los
lugares hacia los que se dirigían los peregrinos se convirtieron en el origen
de una importante producción de guías de peregrinación, que aconsejaban al
viajero y le ayudaban a lo largo del camino.
La Guía
del peregrino de Santiago de Compostela, extracto del libro V del Codex
Calixtinus, que se remonta a 1139, es la obra que, sin duda, presenta mayor
interés por lo que respecta a los diversos itinerarios. Describe cuatro
principales:
la ruta
de Le Puy a Ostabat, la Via Lemovicensis y la Via Turonensis.
La
Vía Tolosana constituía
la ruta que solían seguir los peregrinos procedentes de Italia u Oriente, así como
los que venían de la costa mediterránea.
De Arles
llegaba a Puente la Reina pasando por Toulouse. La primera etapa del peregrino
era la catedral de Arles, en la que se recogía ante los restos de San Trófimo.
En su
camino hacia el oeste, llegaba a Saint Gilles-du-Gard para venerar a San Gil,
el santo patrón. Antes de llegar a Toulouse, encontraba numerosos lugares
sagrados que conservaban reliquias preciosas, como Saint-Guilhem-le-Désert, con
el cuerpo de San Guillermo, Murat-sur-Vèbre y Castres. En Toulouse, se acercaba
al cuerpo de San Saturnino, obispo y mártir; la guía precisa además que, en la
misma ruta, «hay que visitar los cuerpos de los bienaventurados mártires
Tiberio, Modesto y Florencio. Descansan a la orilla del Hérault, en un sepulcro
muy hermoso». El Camino continuaba por Pibrac, Auch, Morlaas, Lescar, Pau, La
Commande y Oloron-Sainte-Marie, antes de jalonar el valle de Aspe y atravesar
el puerto de Somport. Los fieles procedentes del este, que pasaban por
Montpellier, a veces preferían atravesar Cataluña en lugar del Languedoc, desde
donde llegaban también a Puente la Reina.
El
segundo itinerario el de Le Puy a Ostabat (punto de encuentro de las cuatro
rutas), que solían tomar
los peregrinos de Lyón, Vienne, Valence o de Clermont-Ferrand, Issoire,
Sauxillanges y Brioude.
Desde Le
Puy, lugar de partida, se atravesaba el macizo del Aubrac, Perse, Bessuejouls y
las gargantas del Dourdour. El peregrino descansaba en Conques, en cuya
basílica se conservan las reliquias de Santa Fe, virgen y mártir. Continuaba
hacia Figeac, desde donde era opcional dar un rodeo por Rocamadur, Marcilhac,
Cahors y Le Montat, antes de dirigirse a Moissac, Lectoure, Condom, Eauze,
Aire-sur-Adour, Orthez, Sauveterre-de-Béarn y, por último, Ostabat.
La
Vía Lemocivensis partía
de Vézelay y transcurría por Saint-Léonard-de-Noblat. En primer lugar, el
peregrino tenía la obligación de recogerse ante la reliquia de María Magdalena.
Después continuaba su camino pasando o bien por La Charité-sur-Loire, Nevers,
Noirlac, Neuvy-Saint-Sépulcre y Gargilesse, o bien por Bourges, Charost, Déols,
Châteauroux y Argenton-sur-Creuse para llegar a Saint Léonard, donde oraba ante
las reliquias del ermitaño San Leonardo. Desde allí, el caminante se dirigía a
Limoges y seguía luego a La Reóle y Mont-de-Marsan pasando por
Saint-Jean-de-Côle y deteniéndose en Périgueux, donde se conservan las
reliquias de Saint-Front. Desde este punto se podía dar un rodeo por Trémolat
sur la Dordogne antes de llegar a Ostabat.
La
Vía Turonensis era el
cuarto itinerario propuesto. De París se dirigía a Orleans -donde se hallan «en
la iglesia de la Santa Cruz, el madero de la cruz y el cáliz de San Euverto,
obispo y confesor»-, o a Chartres y llegaba a Tours, escenario de varios
milagros de San Martín. El peregrino se encaminaba a continuación hacia
Ingrandes y se detenía en Poitiers para venerar las reliquias de San Hilario.
En este punto podía elegir entre salir para Angulema o para Saintes. Si se
decidía por esta segunda opción, hacía una parada en Saint-Jean-d'Angély para
rezar ante «la cabeza venerable de San Juan Bautista, traída por religiosos
desde Jerusalén hasta un lugar llamado Angély, en Poitou». El caminante volvía
a parar en Saintes ante el cuerpo de San Eutropio, obispo y mártir. Continuaba
hacia Blaye «junto al mar, [donde] hay que pedir la protección de San Román», y
se detenía en Burdeos para orar ante el cuerpo de San Seurín. Después de atravesar
Saint-Paul-les-Dax, se llegaba por fin a Ostabat.
A partir
de aquí, el peregrino tomaba el Camino Francés: atravesaba el actual País Vasco
francés y llegaba a la cruz de Carlomagno, primer lugar de oración en el Camino
de Compostela. Los itinerarios de España para llegar a Santiago eran
relativamente fáciles y el caminante, una vez en territorio hispánico, no podía
dejar de visitar «el cuerpo del bienaventurado Domingo, confesor, que construyó
la calzada entre Nájera y Redecilla, donde ahora descansa. Hay que visitar los
restos de los santos Facundo y Primitivo, cuya basílica fue erigida por
Carlomagno [...]; desde allí hay que dirigirse a León para ver el cuerpo del
bienaventurado Isidoro, obispo, confesor y doctor, que instituyó una regla muy devota
para los sabios eclesiásticos, impregnó con su doctrina a todo el pueblo
español y honró a la Santa Iglesia con sus obras fecundas». El peregrino
proseguía su camino hacia Pamplona y llegaba, luego, a Puente la Reina. A continuación
atravesaba Estella y se dirigía hacia La Rioja. La travesía de Castilla y León
también se efectuaba al ritmo de etapas santas.
El
caminante llegaba al final de su aventura al entrar en Galicia e irse acercando
a Santiago de Compostela.
El
Camino de Santiago en territorio hispánico constaba de 16 etapas, cada una con
sus propios rituales. En Compostela, el peregrino tenía que cumplir con unos
ritos: de entrada, plantaba una cruz en la cumbre del puerto de Cize, tras
«arrodillarse mirando hacia la patria de Santiago y orar»; después, se sumergía
en agua fría para purificarse y «por amor al apóstol». Ya podía entrar en la
ciudad. Además, tenía que transportar una piedra caliza desde el monte Cebrero
hasta Castañeda. Estas piedras se transportaban luego con carros hasta Compostela.
Los peregrinos traían ofrendas que enriquecían el tesoro del santuario. Se
vestían con ropa nueva antes de purificar el alma y recibían un documento que
demostraba su paso por Santiago de Compostela, señal de la expiación de sus
pecados.
Como demuestran numerosos ejemplos de España y Francia, las
ciudades medievales se formaron, en su mayoría, a partir de un núcleo antiguo
que, por norma general, solía respetarse. En el mundo mediterráneo, el peso de
la estructura urbana clásica resulta primordial.
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